Por Lucía Maina Waisman
El desafío de enseñar contra el apocalipsis
Alcira Rivarosa, bióloga de la Universidad Nacional de Río Cuarto y especialista en educación ambiental, explica la necesidad de abordar en las aulas una crisis ecológica de la que la pandemia es parte, así como las posibilidades y desafíos que abre la nueva ley sobre este tema. "Hay que tener una mirada crítica y propositiva, no apocalíptica, se lo merecen los jóvenes que vienen atrás", dice.
La crisis sanitaria y las evidencias cada vez mayores de una crisis ecológica, de la que el Covid 19 es parte, son una realidad común que interpela los contenidos y sentidos de lo que se enseña a las nuevas generaciones. Pero la necesidad de dar espacio a esta problemáticas reales en las aulas se enfrenta, entre otras cosas, a la falta de miradas holísticas y transversales en las instituciones educativas, y a los intereses políticos y económicos que conlleva abordar los conflictos ambientales. Ante este escenario, la Educación Ambiental Integral y la nueva ley nacional que garantiza este derecho tienen mucho que aportar. Así lo explica en esta entrevista Alcira Rivarosa, bióloga de la Universidad Nacional de Río Cuarto, doctora en Educación Científica y especialista en educación ambiental, tema al que se ha dedicado en las últimas cuatro décadas.
- ¿Qué dificultades y desafíos genera abordar el tema de la pandemia en el ámbito educativo? ¿Qué puede aportar la educación ambiental en este sentido?
- Lo que hace difícil abordar la pandemia es la necesidad de tener un nuevo enfoque para mirar los problemas ambientales y transversalizar los conflictos, y no quedarse con la simplificación de “salvemos el panda, cuidemos los pajaritos”. La pandemia hace visible que el problema no es el virus ni los chinos, sino la manipulación de alimentos para sostener las vidas en sus contextos y la posibilidad de zoonosis que se trasmiten entre seres vivos. La zoonosis y las epidemias no son ninguna novedad en la historia, pero hoy la globalización hace que uno encuentre el mismo alimento en todo el mundo, con una velocidad de consumo y de circulación de seres humanos que hace que el virus se disemine. Esta lectura macro del problema no la tenemos incluida en nuestra perspectiva. Espero que con este aislamiento y este cuidarnos entre todos, esta perspectiva integral pase a los escenarios educativos de las nuevas generaciones, porque hay una probabilidad muy grande de que otra pandemia vuelva a ocurrir. Todo es a una velocidad tan grande que no hay posibilidad de que se reacomode la biología básica.
- Atravesamos un presente de crisis sanitaria y ecológica que afecta también nuestras certezas, una época con aires apocalípticos, ¿cómo impacta esto en el ámbito educativo?
- Una de las nociones menos enseñadas en la escolaridad es la noción de riesgo, de lo que podría acontecer, no con sentido apocalíptico sino con sentido proyectivo, para construir desde lo preventivo. Nos educamos básicamente bajo el concepto de la certeza y la seguridad. Necesitamos entender lo cambiante que son los escenarios ambientales y también culturales, porque hoy hay una probabilidad de riesgo en todas las especies, incluyendo la humana. Hay que mirar lo que está debajo de lo que vemos: preguntarnos por ejemplo de donde vienen los materiales de las tecnologías de la comunicación que tanto usamos, cuantos pueblos han quedado subsumidos en la pobreza porque con la minería nos llevamos el diamante, el litio, el coltán. Hay que trabajar la inteligencia colectiva; qué haríamos para sostener otro tipo de producción alimentaria, otra forma de vida que no nos enferme tan rápido. Hay una escisión muy grande entre los problemas reales y los problemas inventados de la escuela, o que son viejos, o están en la virtualidad. Miramos tanto la globalidad a través de la imagen que nos perdemos lo pequeño, y en eso lo ambiental es potente, en las escuelas y también en espacios no formales, como el barrio, donde no sólo expresar lo que falta sino proponer.
- ¿Cuál es la situación de la educación ambiental hoy en nuestro país? ¿Existen experiencias que observar?
He visto procesos muy superadores en algunas instituciones, aunque no es para generalizar. A partir de cursos en Córdoba y otras provincias hemos recopilado en las últimas décadas más de cuatro mil experiencias de educación ambiental formal y no formal; pistas que dicen que hay movilización, reestructuración, docentes que han podido ensayar otras estrategias de abordaje. Quienes se han atrevido a combinar enfoques y saberes, pensamiento crítico con alternativas, desde lo biológico con la literatura, lo político o la ética, son los que han logrado una profunda sensibilización, compromiso y proyección en su territorio. Pero no puede quedar en una clase, hay que sostenerlo, complejizarlo. En los libros a veces también hay buenos textos, incluso el propio Ministerio de Educación hizo una colección que durmió en un sótano porque incomodaba a algunos gobernadores, porque se tocaban problemas reales, de la minería, los agroquímicos y cuando se empieza a tocar intereses los textos desaparecen. Los temas ambientales implican toma de posición, no hay que ser ingenuos, pero ¿para qué está la escuela? Para ayudar al otro a mirar el mundo. El enfoque ambiental tiene esa potencialidad, pero el docente no puede solo.
La nueva ley, un paraguas para avanzar
La Ley de Educación Ambiental Integral (LEAI), promulgada en mayo de 2021 a nivel nacional, incorporó de manera transversal la cuestión ambiental en la currícula. Sin embargo, está aún lejos de implementarse en las instituciones y de ser tema de debate en la agenda social y gubernamental.
- ¿Qué plantea la nueva Ley de Educación Ambiental Integral? ¿Qué posibilidades concretas abre para las instituciones educativas?
- En términos generales la ley plantea estos tópicos que decía, se atisba un enfoque de la complejidad, la necesidad de incluir la cuestión social, política, tecnológica en la lectura de las problemáticas. La ley en ese sentido es superadora, establece estos criterios, y bienvenida sea porque da un paraguas protector, no solo para decir lo que hay que hacer, sino para cuidar a quienes se atreven a hacerlo. Hay mucha gente que ha tenido muchos problemas en su institución cuando se atrevió, por ejemplo, a abordar el tema de los agrotóxicos. La ley instala que hay que abordar dilemas de lo que ocurre socialmente, trabajarlo didácticamente en las escuelas de manera transversal, tenerlo en las currículas. De hecho hay muchísimas currículas que incorporan lo ambiental. Hay pinceladas pero el cuadro completo es lento, porque una cosa es lo que dice la ley y otra lo que ocurre en las escuelas.
-¿Cómo ves los avances realizados hasta ahora y las posibilidades reales de implementarla?
- Estas leyes, igual que la ley de Educación Sexual Integral, están pensadas para los próximos 20 años, se amasan de a poquito en distintos escenarios educacionales. Requiere que se trabaje la transversalidad de los problemas, y hasta que eso pase a formar parte de la currícula lleva tiempo. Pero la ley ampara y acelera, permite. Hay que tener una mirada y una paciencia crítica y propositiva, no apocalíptica, porque se lo merecen los jóvenes que vienen atrás, que ofrezcamos oportunidades para involucrarse más.