A 52 años del copamiento de La Calera

Cuesta Colorada: vivir en la frontera

Por Carlos Ruiz / @qarlos_ruiz

El primero de julio de 1970 será un día que La Calera no olvidará jamás. Esa mañana, un grupo de jóvenes armados asaltó el banco, redujo a las fuerzas policiales e incomunicó a la localidad. Pintaron paredes, lanzaron panfletos y huyeron rápidamente con una suma cercana a los cuatro millones de pesos de la época. Se reconocían peronistas, hacían sus primeras armas y se llamaban “Montoneros”. En diciembre de ese mismo año, la familia de un médico llegó para hacerse cargo de la clínica que su anterior director dejaba vacante luego de sufrir un accidente automovilístico. Con ella llegaba un niño de ocho, el mayor de tres hermanos, que descubría la naturaleza y vivía sus aventuras en el río, en lo que era un pequeño pueblo. Casi cinco décadas después, aquel niño llamado Marcelo Casarín reconstruye ambas historias en “Cuesta Colorada” (Editorial Caballo Negro, 2022), una novela corta que une ambos mundos.

La Calera es un pueblo “del otro lado de las sierras”, cruzando apenas la Cuesta Colorada. Ese cerro marca la frontera exacta que divide las explosiones mineras de las canteras de cal y “los cuarteles”, los campos de maniobras y ejercicios del Tercer Cuerpo de Ejército. En esa frontera es donde ocurre el entramado de historias de “Cuesta Colorada”. Allí, en ese ambiente, el niño Casarín aprenderá “a trampear perdices” y a cazar “aquellos animales que estábamos dispuestos a comer”. Pero allí también sucederían hechos que pondrían a la Calera, un insignificante pueblo serrano, en las noticias nacionales. Noticias que todavía hablaban del secuestro y “ajusticiamiento” del general Pedro Eugenio Aramburu, “la carta de presentación de Montoneros”. En ese marco se produjo el copamiento del pueblo, con una doble finalidad: por un lado, hacerse del dinero del banco y las armas que pudieran encontrar en la comisaría para ponerlos a disposición de “la lucha del pueblo” y por otro, dar un golpe a los militares justo al lado de una de las ciudades más grandes e importante del país.

En ese mundo, ajeno al sentido de lo que estaba pasando, se crio el niño Casarín, más preocupado por ir al río aun en medio de las crecientes, salir a pescar de noche, compartir experiencias con sus amigos, dominar el arte de la cacería, aprender a fumar.

La riqueza de esta “pequeña” gran nouvelle se encuentra en el preciso entramado de ambos mundos. Escrita con ritmo, genera atmósferas inolvidables y construye un final que marcará a todos sus protagonistas.

Casa Colorada se presentó semanas atrás en el Café del Alba, con la participación de las actrices Marcela Marcheret y Novillo Corvalán, quienes leyeron textos de la novela en vivo. En una original puesta, Baal Delupi dialogó con el autor simulando un programa de radio. Tadeo Ressio fue el encargado de ponerle música al evento.

“No se trata sólo de una historia personal: está la transformación del, alguna vez, pueblo de La Calera en el que se crio, sus recuerdos del casi legendario intento de copamiento montonero de 1970 y su percepción actual de ese hecho, que él cronica y a la vez investiga y amplía con testimonios de sus protagonistas, para cerrar con una visión entre dura y melancólica de lo que quedó de aquel lugar y época”, dice de la novela el escritor y docente Ricardo Irastorza.

“Si me preguntan cuáles fueron los motivos por los que me decidí a escribir esta historia, estas historias, puedo responder: en primer lugar, la necesidad de recuperar el pasado, de asomarme al territorio evanescente de la infancia a través de algunos episodios; encontrar algo de lo que soy en el recuerdo de lo que fui”, expresa Casarín.

Además de escritor, Marcelo Casarín trabaja como profesor en el Centro de Estudios Avanzados y en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba. Ha publicado las siguientes novelas breves: “Vivir en la foto de otro” (2019), “La intimidad de Juan” (2009), “El heredero” (2008), “Bonino, actor de mi propia obra” (2003), que fue representada bajo el título “Esdrújula, palabras para Bonino” con dirección de Jorge Villegas. Además, es coautor con Kuroki Murúa de “No te olvides que es mi vida” (bionarración, 2015); y de los libros de ensayo “Vicisitudes del ensayo y la crítica” (2007) y “Daniel Moyano. El enredo del lenguaje en el relato: una poética en la ficción” (2002); y del libro de cuentos “Después de la noche” (1993). También coordinó la edición crítico-genética de “Tres golpes de timbal” de Daniel Moyano para la Colección Archivos.

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