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Martín Maldonado: "Ser pobre es vivir mal física y emocionalmente las 24 horas, los siete días de la semana"

El investigador del Conicet, que estuvo al frente del proyecto Czekalinski, advierte que la pobreza preocupa solo de manera discursiva en la opinión pública y por eso no es un tema prioritario en la agenda política. Además, señala que si la midiéramos con indicadores multidimensionales, el número de pobres en nuestro país se duplicaría.

Por Guillermina Delupi

Fotos por Diego Cabrera

En septiembre de 2019 Martín Maldonado junto a un equipo interdisciplinario se dieron a la tarea de testear la Canasta Básica Alimentaria -diseñada en 1985 e implementada en 1989- con la que el Indec mide los índices de pobreza e indigencia. Al tercer mes de consumir estos alimentos, dos voluntarias tuvieron que abandonar el experimento por problemas de salud. Maldonado tuvo que dejarlo al cuarto mes, por las mismas razones. Y así come gran parte de la población argentina todos los días. El doble objetivo de los investigadores era, por un lado dejar de utilizar la Canasta Básica Alimentaria como parámetro de medición (usar en su reemplazo las Guías Alimentarias de la Población Argentina que recomienda el Ministerio de Salud) y por el otro, ir hacia una medición multidimensional de la pobreza. Sin embargo, con índices de medición obsoletos, la pobreza está mutando y sigue sin ocupar un lugar prioritario en la agenda política.

- ¿Qué es la pobreza?

- El lado B de la sociedad. Los perdedores. Cada sociedad en un momento histórico tiene sus criterios de éxito -material, simbólico, espiritual- y hay quienes no dan la talla de ese estándar. Suele ser un tercio de la sociedad y cuando ese número se acerca más a la mitad se produce el cambio, la revolución. En la historia reciente de Argentina, las dos veces que la pobreza superó el 50 por ciento, cayó el Gobierno. Ahora estamos en un cambio de era y aunque cuesta verlo, la esencia de la pobreza está mutando. Podemos hablar de indicadores pero la discusión de fondo es otra, por eso le estamos errando al número. El modo de medir no mide la pobreza actual. Las herramientas que tenemos, desde marcos conceptuales hasta instrumentos de medición, son obsoletas.

- ¿Qué lugar ocupa la pobreza en la agenda pública?

- Las encuestas de opinión pública son más o menos consistentes desde 2007. Muchas repiten la misma pregunta: cuál cree usted que es el principal problema de Argentina. Y las dos primeras preocupaciones son siempre: inseguridad e inflación. Es un interés legítimo, individual y egoísta. Luego vienen las preocupaciones por educación, salud; luego por el barrio y la ciudad. Y la pobreza siempre aparece en undécimo o duodécimo lugar. Nos preocupa sólo en el discurso. Y como los políticos responden a la opinión pública, entonces tampoco salta a la agenda política.

- ¿El problema de la agenda política es consecuencia del desinterés en la opinión pública?

- Sí. Y hay una segunda cuestión: la pobreza como tal es cada vez más un significante vacío. En sí, la idea de una pobreza ya es obsoleta, entonces es reemplazada por un montón de agendas que la seccionan. Es muy de la modernidad esto de desarmar el problema y tratar de gobernarlo en sus partes. Ahí es donde se pierde la visión de conjunto. Y hay otro fenómeno: la pobreza dejó de ser el llamador atractivo para los movimientos contestatarios, que se engancharon en otras agendas: los de élite en lo ambiental y la antiglobalización, los de base en los Derechos Humanos y las Ong’s, que tienen su propia lógica de movimiento social. La izquierda ya no lucha por la reivindicación de la pobreza, luchaba por el trabajador pero el trabajador asalariado ya no tiene la experiencia de la explotación.

- ¿Estas son las razones por las que la pobreza se agrava?

- Son las razones por las que se invisibiliza. Se agrava porque cambian las formas de producción y acumulación de la riqueza y todavía no tenemos nuevas formas de distribución. Pasamos de una modernidad industrial, fordista, cuyo principal vector de distribución era el trabajo en blanco asalariado -vivienda, educación y salud- a una economía del conocimiento. Producimos y acumulamos de modo digital y seguimos distribuyendo de modo analógico. Ninguno de los cuatro sectores más rentables de la economía actual (financiero, minería y agro, tecnológico y de servicios) necesita al trabajador como era concebido. La economía hoy funciona de otro modo. Entonces aparece el tema de la renta básica universal: le vamos a tener que pagar a la gente por ser ciudadano. Lo que pasa es que no hay un modo moral de darles ese dinero.

- ¿Los planes de trabajo dónde entrarían?

- En un intento viejo de sostener esquemas viejos.

- ¿Y los planes sociales?

- (John) Keynes dijo en 1930: “Le vamos a dar plata para que cave un pozo por la mañana y lo tape por la tarde”. Lo que hacía era intentar conservar la cultura del trabajo. Al no necesitar trabajadores, estos sectores de la economía que mencionaba antes generan enormes masas de gente que sobra. Entonces necesitamos justificar por qué les damos dinero. Ahí aparece la cuestión moral: le doy dinero a una madre para que cuide a sus hijos y lo llamo Asignación Universal Por Hijo, por ejemplo. Resumiendo: estamos frente a modos de producción del siglo XXI, con un modelo de distribución del siglo XX y con criterios de ese intercambio social que son del siglo XIX.

- Volviendo al índice de medición, ¿por qué se sigue midiendo por el poder de compra?

- Porque en el siglo XX nuestra vida era un caminito de éxito, progreso, estatus, satisfacción y felicidad. Esa era la teleología de los incluidos de la modernidad.

- Sin embargo hay países que están midiendo pobreza multidimensional.

- Sí. En la modernidad occidental los países tenían que hacer los deberes del FMI, entonces medimos pobreza por ingreso porque el trabajo y el ingreso eran los garantes de mantenernos en determinado esquema. Cuando alguien se cae de ese esquema aparecen las políticas sociales, que tratan de reinsertar a la gente; esa es la lógica de la modernidad y es la que no va más. Todos los países a partir de la Segunda Guerra Mundial se basan en dos grandes mediciones: ingresos y condiciones de vida. Miden pobreza estructural y pobreza por ingresos. Una es de corto plazo y la otra, de largo plazo. Las mediciones de pobreza por ingreso y por condición estructural no son malas, son viejas porque miden una pobreza que ya no existe. Pertenecer es mucho más que tener vivienda, educación, salud. Hoy necesitás ser aceptado por tu identidad de género, etnia, religión. Es decir: se agrega una dimensión simbólica que no se mide. Y ahí aparece la pobreza multidimensional.

- ¿Esto en Argentina no se mide?

- Lo mide solamente la UCA (Universidad Católica Argentina), pero el Estado no lo toma.

- ¿Por qué seguimos aceptando una medición que es obsoleta?

- Porque con la medición actual hay un 44% de pobres. Pero si medís cuánta gente no accede a internet, equidad de género, calidad del medio ambiente, acceso a derechos y demás, el número de la pobreza es del 79%.

- ¿Cómo se desarma esta pobreza estructural?

- Creo que no tenemos incentivos para desarmarla. Excepto el miedo y la inseguridad. Entonces no es instrumental el desafío, es moral y ético. Yo no veo más las mediciones de pobreza, no tiene importancia si dan dos puntos más o cinco puntos menos. Estamos hablando de 20 millones de excluidos en Argentina.

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Ciudades duales: excluidos vs. Incluidos

Hace tiempo que la ciencia ficción tiene mucho más poder predictivo que la ciencia académica. Libros como Un mundo feliz (Aldous Huxley) o series como Black Mirror dan cuenta de estas sociedades distópicas. “Desde que se decodificó el genoma humano podemos reproducir vida en laboratorios y hay autores que ya hablan de que en pocos años vamos a poder llevar nuestra expectativa de vida a 250 años”, reflexiona Martín Maldonado. Por otro lado, basta viajar por Latinoamérica para observar cómo tiende a desaparecer una clase media que fue la ilusión de la modernidad. “Evolucionó muy rápido, duró poco y era insostenible en el largo plazo. Porque además del problema moral hay otro, de orden práctico, y es que no hay planeta que alcance. Si cada uno de los ocho mil millones de personas que somos consumiéramos la misma cantidad de energía eléctrica o de petróleo que consume la clase media, no alcanzaría. Pero, ¿Quién apaga el aire acondicionado?”.

Hay futuro: feminismo y juventud

“El feminismo propone vínculos más sanos. El patriarcado, su predecesor moderno, usaba al otro pero el feminismo valora al otro por lo que es. Viene a decirnos que nos vinculemos de otro modo: con el planeta, las personas, nuestros cuerpos. Creo que es la oportunidad histórica de embanderar a los otros movimientos: el ambientalismo, el anticonsumo, el antiglobalismo, el veganismo; agendas que son nuevas y difusas y que me parece, el feminismo puede transformar en un movimiento político, votable, de cambio”, dice Martín Maldonado. Sobre la juventud sostiene que “en ese aparente desinterés de los jóvenes, en ese supuesto nihilismo que tienen, hay un ejercicio de tolerancia que me encanta. Entonces me parece que desde estos lugares, el otro sí va a estar dispuesto a apagar el aire acondicionado. Por el planeta, pero también porque tiene un interés genuino con el otro, que no es lástima, caridad o pena. Hay en ambos una concepción distinta de la vida. De todas las vidas. Y eso es maravilloso”.

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