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Se esperan los fundamentos del fallo absolutorio a Macarrón: el último amante de Nora Dalmasso

El cinco de agosto próximo, el tribunal que juzgó a Marcelo Macarrón como instigador del homicidio de su esposa dará a conocer los fundamentos del fallo absolutorio. ¿Cómo explicarán que declararon a Nora "víctima de violencia de género", si no saben quién la mató ni por qué? ¿Pedirán que se investigue por falso testimonio a Silvia Magallanes y Ricardo Araujo? ¿Harán algún reproche al fiscal Rivero?

Por Hernán Vaca Narvaja

Fue el previsible epílogo de una pésima investigación judicial. La consecuencia lógica de un juicio oral y (no tan) público en el que estuvo ausente la figura del fiscal, aquel representante del Ministerio Público Fiscal (el pueblo de Río Cuarto) que debía apuntalar –o, en su defecto, modificar- la acusación con que la causa fue elevada a juicio por el fiscal Luis Pizarro: Marcelo Macarrón fue el instigador del crimen de su esposa, cometido por uno o más sicarios a cambio de un “pago o promesa remuneratoria”.

Fueron casi cuatro meses de un proceso oral caótico, sin conducción del tribunal –que no puso límites a interrogatorios ajenos al objeto del juicio- y un fiscal ausente, pero en sugestiva coordinación con el defensor Marcelo Brito, que hizo valer su experiencia y marcó los ritmos del debate.

Fueron diecisiete semanas de un desfile de testigos intrascendentes, que expusieron su declamada amistad con el imputado y/o sus inconfesadas loas al idílico matrimonio de la víctima y el imputado, afirmaciones nunca desmentidas por la ausencia en la sala –acordada entre fiscal y defensor- de sus amantes confesos. A Guillermo Albarracín no lo citaron a declarar, pese a que fue la última persona a quien Nora le envió un mensaje desde su teléfono celular; a Alicia Cid, amante de Macarrón, ni siquiera la pudieron ubicar. Ella igual les hizo llegar un certificado médico excusándose de concurrir para preservar su salud mental.

Recién a tres meses de iniciado el juicio, Rivero y Brito pidieron una junta psiquiátrica para determinar si podían convocar a Cid. Pero la testigo clave ya no estaba en su casa. Ante la imposibilidad ética de citarla por la fuerza pública, Rivero renunció a su testimonio. Pero además pidió que tampoco se incorporara al debate la declaración que ya está en el expediente y compromete seriamente a Macarrón, que, valga la paradoja, ya había sido introducida cuando la secretaria leyó la acusación contra el viudo, donde los dichos de su amante ocupan… ¡ocho páginas!

Quien sabe, Alicia

¿Qué dijo Alicia Cid en la declaración que el fiscal excluyó del debate? Que en julio de 2007, a ocho meses del crimen de Nora, pidió licencia en Tribunales por padecer un “Trastorno de Ansiedad Generalizado”, que fue renovando durante dos años sobre la base de ese y otros diagnósticos -Trastorno Depresivo, Trastorno por Estrés, Reacción Vivencial Anormal, Trastorno con Rasgos Depresivos Paranoides-, “todas patologías de origen psiquiátrico”. Hasta que finalmente, la jubilaron por invalidez en agosto de 2014. Alicia se fue de la ciudad y se ocultó en un convento de monjas en San Luis, hasta que pudo –medicación y tratamiento psiquiátrico mediante- mudarse a un departamento en esa ciudad y luego a la ignota localidad de Salsipuedes, donde se cambió el nombre para pasar desapercibida.

La palabra de Alicia Cid era fundamental en la acusación de Pizarro. A tal punto que el día que declaró, decretó el secreto de sumario. Macarrón todavía estaba imputado como autor material del crimen y la decisión de Pizarro impidió que Brito presenciara la declaración de Cid, por lo que iba a pedir su nulidad. No hizo falta: el propio Rivero descartó la comparecencia de la testigo y pidió, además, excluir del debate su declaración ante Pizarro. En cambio, pidió incorporar la primera declaración, donde Cid negó su relación amorosa con el imputado. No hubo controversia, ni debate, ni incidentes procesales. Nada. Todo fluyó en perfecta armonía entre fiscal y abogado defensor, con el consentimiento del complaciente tribunal presidido por Daniel Vaudagna.

Antes del crimen de Nora, Alicia “no había registrado nunca antes una patología de origen psiquiátrico”, advirtió Pizarro. Y recordó el triste derrotero de la amante de Macarrón desde el fin de semana de noviembre de 2006, en que su amante la invitó a acompañarlo a Punta del Este y, ante su negativa, le sugirió que igual se ausentara de la ciudad. Alicia viajó a Pergamino y a su regreso volvió a intimar con Macarrón varios meses, hasta que su psiquiatra le sugirió que lo dejara porque era pública y notoria su relación amorosa con la abogada María Pía Cardoso. “Yo estaba asustada, tenía miedo que me pasara lo mismo que a Nora, me cuidaba de tener las ventanas cerradas, miraba constantemente por el espejo retrovisor del auto, casi no manejaba y tenía temor de entrar el auto en la casa, me movía en un remís ya que los periodistas me acosaban todo el tiempo”, contó Alicia. Y aclaró que su temor no era a los periodistas: “No. Tenía miedo real. Miedo a que me mataran”.

Cinismo

Alicia contó cómo era su relación con el viudo, describió su indignación cuando se enteró por la prensa que Facundo era gay –“parecía mucho más preocupado por la condición sexual de su hijo que por haber perdido a su mujer”-, sus aires de “nuevo rico” –“le gustaba alardear de su excelente posición económica”- y su ostentosa relación con gente poderosa como Daniel Lacase y Miguel Rohrer. “Marcelo es una persona actora”, lo definió.

Cid denunció ante Pizarro que la primera vez que declaró cambiaron sus dichos en el acta que fue incorporada al expediente: “Yo relaté mi relación con Macarrón igual que lo hice ahora ante el fiscal (Javier) Di Santo, pero cuando él se retiró el policía que tomaba el testimonio me dijo que no debía declarar cosas de mi vida privada (…) y luego de borrar esa parte me hizo firmar la declaración testimonial”. Esa declaración irregular sí fue incorporada al debate… ¡a pedido del fiscal Rivero!

Rivero y Brito dejaron fuera del juicio a 160 testigos, entre los que estaban el jefe de la Policía de Río Cuarto, Sergio Comugnaro; el golfista que desmintió haber practicado con Macarrón, Arturo Pagliari, y el comisario que quiso cerrar el caso inculpando a un “perejil”, Rafael Sosa. Y nada le preguntó –“para que no se autoincriminaran”- a Daniel Lacase y Silvia Magallanes, a quienes sindicó como eventuales autores intelectuales del crimen, pero ni siquiera les pidió el procesamiento por falso testimonio. Tampoco a Ricardo Araujo, ex mano derecha de Rohrer, que se burló del tribunal con su llamativa falta de memoria cuando declaró.

Al cierre de su alegato, Rivero pidió –y el fiscal consintió- que Nora fuera declarada “víctima de violencia de género”y que el expediente fuera remitido a otra fiscalía para seguir investigando (sic) una causa prescripta. ¿Qué hipótesis debería investigar el nuevo fiscal? ¡La del amante!

Rivero dice ahora que el asesino dejó su ADN en el cinto de la bata. ¿Quién era? No fue su marido –donante casi excluyente del ADN hallado en el cuerpo de la víctima, las sábanas de la cama donde fue asesinada y el cinto homicida- porque estaba en Punta del Este; no fue su amante confeso, Guillermo Albarracín, porque también estaba en Uruguay y no fue su amante nunca probado, Miguel Rohrer, porque su ADN no coincide con el del cinto homicida.

¿Entonces quién mató a Nora Dalmasso? ¡Otro amante! Uno que nadie conoce y del que nunca se habló en el expediente.

Esa es la perspectiva de género que Rivero le imprimió al juicio más escandaloso del que se tenga memoria en Río Cuarto. A 15 años y medio del crimen impune de Nora Dalmasso, el Poder Judicial le endosó un cuarto amante a la víctima. Y lo hizo con total impunidad, en un juicio sin fiscal, ante el estruendoso silencio de las instituciones que deberían velar por la justicia.

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