Deportes |

"Se arriaron todas las banderas y ya nadie pelea por nada"

Hace cuatro décadas, Gabriel Salort fue el más férreo opositor a la intervención de la Liga Cordobesa y a la partida de Talleres hacia la AFA. "Sabía que aquello iba a significar la muerte de nuestros clubes", asegura. Alejado del mundo de la pelota por decisión propia, el abogado dobla la apuesta y califica de "nefasta" a la actual dirigencia del fútbol local.  

Por Hugo Caric

“Venimos aquí para solidarizarnos con nuestro presidente, el doctor (José Augusto) Sachetta y para hacer la entrega material de la casa, pero no convalidamos bajo ningún aspecto este atropello. Consideramos desde todo punto de vista inoportuna esta intervención”. Las palabras del abogado Gabriel Salort, quien hasta minutos antes ejercía la vicepresidencia de la Liga Cordobesa de Fútbol, contrastaron con la solemnidad de un decreto de gobierno, la formalidad del discurso del flamante interventor, el silencio del resto de la dirigencia y la vigilante presencia de un par de funcionarios.

En el mediodía del 25 de setiembre de 1980, cuatro años y medio después del último golpe de Estado, caía uno de los últimos bastiones de la resistencia a la injerencia del gobierno militar. “¿Qué hiciste, Gabrielito? Te tenía anotado primero en mi lista de asesores y te largaste con ese discurso”. Salort recuerda como si fuera hoy lo que le dijo Amado Roldán, el socio de Talleres que acaba de asumir como autoridad del fútbol local.

“Siempre fui así. Nunca me interesó sacar provecho personal. Me decían ‘déjese de joder, Salort’, pero no les hacía caso. Y me persiguieron por eso. Hice de mi conducta una trinchera, inclusive cuando todo el mundo le sacaba el culo a la jeringa. Aquella fue una época fiera”, dice el exdirectivo de Unión San Vicente, hoy lejos de la pelota por propia decisión.

“En ese momento la Liga no era un espacio de poder que le interesara al gobierno. El nuestro era un fútbol doméstico, con rivalidades de barrio y nada más”, cuenta el exdirectivo al analizar el contexto del golpe militar. “La cosa cambió cuando se empezó a hablar de la inserción de los clubes cordobeses en la AFA y empezó la discusión de la 1.309”, explica.

Traje a medida

“La 1.309” fue una resolución de la AFA que habilitaba a sumarse al cuerpo estable de la Primera División a los equipos del interior del país que hubieran pasado repetidamente a la ronda final de los torneos nacionales. Se publicó el 15 de agosto de 1979, pero recién pudo concretarse el 8 de marzo de 1980, cuando una orden del gobernador de facto Adolfo Sigwald le torció el brazo a la Liga, que quería una plaza fija para su campeón anual. La normativa benefició inicialmente a Talleres, que había sido finalista en el ’77, semifinalista en el ’78 y cuartofinalista en el ‘79 y más adelante a otros dos clubes cordobeses: Instituto y Racing de Nueva Italia.

“El que trajo la novedad fue el comodoro (Ángel Desiderio) Gútiez, que era presidente de Instituto. Nos puso al tanto del interés del gobierno de darle proyección a un club de Córdoba: ‘Muchachos, se viene esto y es una decisión de Estado’. Pero la cosa venía con nombre propio: el club de Córdoba era Talleres. Se trataba de un traje a medida”, rememora Salort.

“El asunto no fue de un día para el otro, ya que hubo resistencia de la Liga. No podíamos aceptar que la decisión fuera a sobre cerrado. Sabíamos que con Talleres en la AFA los campeonatos locales perdían significación y nos empobrecíamos todos. Después la situación se puso brava: todos los días hablaban de Buenos Aires para apurar nuestra decisión”, relata el letrado.

“Como la oposición de los clubes era fuerte y la cosa se demoraba, Amadeo Nuccetelli, el presidente de Talleres, amagó con armar una liga independiente, con otros equipos del interior y algunos de Chile. Esa fue la bisagra. Ahí nos llamaron los milicos y nos dijeron ‘qué liga independiente ni liga independiente, acá no hay tu tía’. Y nos citaron extraoficialmente a una reunión en Buenos Aires, en una dependencia de la Armada”, detalla.

El extraño del pelo largo

“Como el doctor Sachetta ya era un hombre grande y tenía sus obligaciones laborales, me dijo ‘pibe, andá vos’. Viajamos con Rodolfo Cipolllini y Eduardo Lamberti, que eran los presidentes de Unión San Vicente y de Huracán. Pensábamos que íbamos a una visita protocolar y nada que ver. Allá nos esperaba el contraalmirante (Carlos) Lacoste”, recuerda Salort.

Lacoste fue el amo y señor del Mundial ’78, cuya organización tuvo un costo estimado de US$ 500 millones del que nunca rindió cuentas, y luego el brasileño Joao Havelange lo conchabó como vicepresidente de la FIFA. Fue el militar que intimidó con un arma al “Pato” Fillol, por entonces arquero del seleccionado argentino, para que renovara contrato con River.

Diario Cordoba.jpg

“Nos hicieron atravesar un montón de puertas y pensábamos que nos iban a llevar a una oficina, pero el tipo nos recibió en un palco del Casino de Oficiales, que en ese momento estaba cerrado. Nos pusimos a hablar, al principio muy coloquialmente, hasta que ‘el Gordo’ Lamberti, que era un tipo de carácter, le dice que no estábamos dispuestos a consentir que Talleres se fuera de la Liga y empieza a explicarle nuestras razones”, relata Salort. Y prosigue: “Lacoste lo escuchó un ratito, lo interrumpió y dijo ‘el fútbol no es una solución, pero ayuda hasta que la solución llegue. Es una decisión del gobierno que Talleres venga a la AFA y los que se opongan sabrán a qué atenerse’. Ahí prácticamente terminó la conversación”.

Salort cuenta la incomodidad que experimentó en la dependencia militar (“Yo tenía el pelo largo y usaba anteojos al estilo John Lennon; tenía una pinta de hippie bárbara y me miraban como a bicho raro”) y también lo que sucedió después de la reunión: “Salimos ‘cagados’, porque todos sabíamos lo que pasaba con la política de Estado que había, caminamos unas cuadras y advertimos que un auto nos seguía. Cuando nos metimos a un restaurante, vimos pasar el Falcon. Ahí entendimos que este proceso era imparable”.

“Entendimos que podía pasar algo grave si nos seguíamos oponiendo. En mi caso, ya estaba informado a los servicios: ‘Cabrito, tené cuidado que estás apuntado’, me había avisado un periodista”, refiere. “Aquella situación precipitó la intervención de la Liga. Ahí nadie habló y todos se quedaron en el molde. Al final, terminé siendo el único opositor”, sostiene.

El día después

“La muerte del fútbol cordobés fue un final anunciado. Todos los dirigentes, por comisión u omisión, contribuyeron a que pase lo que pasó. Acá en los ’80 jugaban Unión San Vicente y Belgrano y llevaban más gente que Talleres, Instituto o Racing, pero todo eso se fue a la mierda. Nunca hubo voluntad de revertir aquella historia”, sostiene Salort.

“Lamentablemente no apareció alguien que le diera al nuestro fútbol algo superador. En su momento podría haber sido Carlos Egea, un buen presidente que tuvo Racing. Pero lo que sobrevino fue el continuismo. Se fueron los clubes grandes a la AFA y chau Liga. Yo lo anticipé en su momento y el tiempo me dio la razón. Y después empieza a tallar Emeterio Farías, un personaje siniestro. Ahí se terminó de morir el fútbol cordobés. Se arriaron todas las banderas y ya nadie pelea por nada”, señala.

“Farías siempre fue funcional a la AFA, primero con (Julio) Grondona, su gran amigo, y ahora con (Claudio) Tapia. Es todo un misterio: te llevan de asambleísta, te invitan a las recepciones, te pagan los pasajes para ver un Mundial… y nadie quiere salir de ahí. ‘Don Julio’ fue un tipo vivo, pero hubo otras plazas que se plantaron en pie de igualdad, pusieron más énfasis en defender su fútbol y supieron usufructuar la relación con él. Acá no. Hicieron de la Liga un coto alineado al poder central”, dice Salort. Y reflexiona: “Lo que pasó en la Liga es parte de un fenómeno que se dio en el país en los últimos tiempos: el empobrecimiento de las instituciones”.

-¿Avizora alguna posibilidad de “resurrección” para el fútbol local?

-Hay gente con voluntad de sostener el fútbol barrial, sobre todo como contención para los chicos, pero se trata de esfuerzos individuales. No hay una política deportiva, ni del Gobierno ni de la Liga. La vida institucional de los clubes también se fue degradando y los barras se hicieron dueños.

El presidente que no fue

“Creo que yo hubiera podido darle otro cariz a la Liga”, reflexiona Gabriel Salort. Admite que en varias ocasiones lo llamaron para que liderara un cambio en el fútbol cordobés, aunque nunca pudo concretar su regreso. “¿Querés saber por qué no fui presidente?”, pregunta, deja picando la respuesta y define: “Cuando termina el mandato de Miguel Flores (2004), Emeterio Farías me llama y me dice ´pensamos que tenés que ser presidente’. Le contesté que no había problema y que me gustaba el desafío y me pidió que fuera pensando en la gente que iba a trabajar conmigo”, relata. Y agrega: “Cuando estaba saliendo de la Liga, un empleado me llama y me dice ‘la lista ya está armada, no hable con la prensa porque va a hacer el ridículo´. Me fui a mi casa, no dije nada y al otro día salió publicada en primera plana de los diarios la lista con Farias a la cabeza”.

Metieron el perro

“A la cancha voy poco. Por ahí algún partido de River o Talleres, o cuando juega mi nieto con los amigos”, dice Salort. Y cuenta que a Unión San Vicente no va a verlo “hace un montón”. “Me llamaron cuando al club lo estaban por rematar por una deuda de seis millones de dólares. Justo apareció la gente de un hipermercado y logramos hacer un negocio: cambiamos dos baldíos que eran un desastre por dos hectáreas y un polideportivo. Yo acerqué la oferta como abogado, pero después empezaron a decir que había choreado, así que no volví más”, relata.

Lo cierto es que Salort sí había metido el perro, y en el sentido más literal: “Cuando los dirigentes me vinieron a ver, el juicio ya estaba muy avanzado. Como las notificaciones llegaban a la sede social, inventamos que a la cédula se la había comido un perro y logramos sacar una nulidad. Realmente me la jugué por el club, pero algunos fueron muy ingratos”.

Dejá tu comentario