"¡Qué tienen que ver los viajes de mi familia con el crimen de Nora!"

Una jornada completa del juicio se dilapidó ayer con el testimonio de la esposa de Araujo, mano derecha de Rohrer. Paciente, Ana Virginia Fuentes contestó durante 3 horas las insustanciales preguntas de las partes. Sobre el final no ocultó su indignación.

La del jueves no fue la más fructífera de las jornadas en el juicio por el crimen de Nora Dalmasso.

Por primera vez desde que el traumatólogo Marcelo Macarrón empezó a ser juzgado, sólo se tomó un testimonio, el de Ana Virginia Fuentes Lester (48), excontadora de la empresa Del Monte Fresh, gerenciada por Miguel Rohrer.

Después del desgastante interrogatorio de casi tres horas al que fue sometida la testigo, la sensación que sobrevoló Tribunales era que no se había avanzado un solo milímetro en el esclarecimiento de lo que sucedió la madrugada del 25 de noviembre de 2006 en la Villa Golf.

La lista de testigos anunciada para el jueves incluía, además de la esposa de Ricardo Araujo, mano derecha de Rohrer, a otras dos personas: María Alejandra Amuchástegui de Pagliari -la amiga que a último momento decidió no ser de la partida la noche que se juntaron con Nora en el restobar de calle Alvear-, y José Amado Fara.

Promediando el interrogatorio, las caras de fastidio de los jurados populares eran indisimulables. Uno de ellos se restregaba los ojos para mantenerse despierto.

Recién al comenzar la audiencia el tribunal se desayunó de que la lista había quedado diezmada: Amuchástegui se encontraba en Córdoba, sin fecha prevista de regreso, y Fara falleció hace ocho años (¡!).

Así, todo el protagonismo recayó en una testigo que fue retenida largas horas sin que pudiera aportar algún elemento esclarecedor.

Fuentes Lester, una mujer de figura espigada y hablar sereno, llegó al estrado advertida de la batería de preguntas que iba a formularle Brito.

Ya el día anterior su esposo, Ricardo Araujo, había pasado por ese brete aunque sin la misma consistencia: la contadora respondió con paciencia y precisión sobre fechas, lugares y nombres que le fueron consultados, mientras que su esposo lució llamativamente desmemoriado y, con su actitud renuente, acabó al filo del falso testimonio.

-¿Vino con los pasaportes?-, fue lo primero que le preguntaron a Fuentes Lester ayer.

Es que lo que la defensa buscaba demostrar era que la familia Araujo se había exiliado de apuro en los Estados Unidos al poco tiempo del crimen de Nora Dalmasso.

Eso fue lo que había dicho la hija del acusado, Valentina Macarrón, cuando orientó sus sospechas contra el empresario Michel Rohrer.

Al inicio del juicio, Valentina comentó que le resultaba raro que, después del asesinato de su madre, Rohrer hubiera vendido una costosa propiedad en Río Cuarto y su mano derecha se fuera de viaje al exterior con su familia.

La esposa de Araujo acercó al tribunal una pila de pasaportes -algunos vigentes y otros ya vencidos- a nombre de los cuatro integrantes de la familia, el matrimonio y sus dos hijos.

Después, con paciencia oriental, respondió una a una las preguntas de Brito. Contó que desde fines de 2006 a la actualidad viajaron cuatro veces a Estados Unidos por cortos lapsos, salvo en 2008, cuando el viaje se extendió unos meses.

Fuentes Lester dijo que trabajó un año en Buenos Aires como contadora de Del Monte Fresh y luego se desvinculó de la firma.

Agregó que su esposo supervisaba las producciones agropecuarias del Francés y había sido contratado por la multinacional para que hiciera esa misma tarea.

“Con el tiempo, fuimos forjando una amistad con Rohrer”, explicó la mujer, quien también fue interrogada sobre su estadía con Rohrer en Buenos Aires, el fin de semana que asesinaron a Nora.

Sobre el final de su exposición, cerca de la una de la tarde, a la testigo le pidieron que facilitara -otra vez- todos sus pasaportes para que el tribunal los pudiera fotocopiar. Esa exigencia del tribunal colmó su paciencia.

-¿A qué se debe todo esto? Ustedes me están pidiendo que facilite documentación de mis hijos, que son menores de edad-, dijo la testigo, sin ocultar su disgusto.

-No se preocupe, señora. Esa información va a ser resguardada por el tribunal-, buscó tranquilizarla el juez Daniel Vaudagna.

-¿Me puede decir usted qué tienen que ver los viajes de mi familia con el crimen de Nora?-, preguntó la testigo, sin levantar el tono.

El magistrado hizo un gesto de disculpa y le explicó que el pedido estaba dentro de las atribuciones que tenían las partes.

El mismo nivel de desorientación se advertía en el rostro de los jurados populares que, al final del juicio, deberán votar por la culpabilidad o inocencia de Marcelo Macarrón.

Promediando el interrogatorio sus caras de fastidio se hacían indisimulables. Uno de los jurados varones se restregaba los ojos para mantenerse despierto, mientras la defensa le preguntaba a la contadora cuestiones insustanciales como, por ejemplo, si la oficina contable que había heredado de su familia “pertenecía a la línea paterna o materna” (sic), o los nombres y edades de los hijos de Rohrer al momento en que se produjo el crimen.

Otro de los jurados llevaba largos segundos con la mirada al vacío, acaso preguntándose hacia dónde conduciría el interminable interrogatorio que parecía tener como único objetivo incomodar a la testigo.

En ningún momento desde el tribunal se le advirtió al verborrágico abogado sobre la pertinencia de las preguntas, de modo que la testimonial de Fuentes Lester llegó a su fin cuando Brito, agotado de escribir en un borrador cada respuesta que obtenía, lanzó las últimas tres.

-¿La empleada que tenía Rohrer iba a la oficina en auto?

-Sí.

-¿Qué marca y color?

-No lo sé.

-¿Y entonces cómo sabía que iba en auto?

* * *

Cerca de las 13, el juego del gato y el ratón había finalizado, pero a los estoicos jurados les quedaba otra prueba de resistencia. La secretaria de la Cámara Primera, con voz monocorde, les recitó dos piezas judiciales llenas de tecnicismos.

Después sí, el tribunal anunció que la jornada había concluido y los rostros de los jurados se iluminaron con un gesto de alivio.

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