Por Juan Cruz Taborda Varela
La luz del bien que fue el mal
¿Qué huellas perduran en una ciudad? ¿De qué modo se nombran los espacios que nos pertenecen? ¿Cómo, sus nombres, nos hacen lo que somos? Golpe de Estado, memoria y Efraín Bischoff.
En julio de 2015, poco antes de completar su primera gestión como intendente de la ciudad de Córdoba, Ramón Mestre reinauguró el viejo y por entonces revitalizado Centro Cultural Alta Córdoba. Después de años de abandono, el antiguo caserón necesitaba algo más que unas capas de pintura y bajo la gestión de Francisco Marchiaro, por entonces secretario de Cultura, el edificio recuperó sus bríos. Junto a la re funcionalización del espacio, llegó también un nuevo nombre. Nombre que perdura hasta hoy: Centro Cultural Efraín Bischoff, en honor a un hombre que había sido, además de todo lo que ya sabemos, dilecto hijo del barrio. La elección fue en tiempos en que lo sucedido en la historia argentina reciente –hablamos, claro, de lo iniciado en 1976-, había sido ampliamente discutido y se habían logrado consensos básicos –este término tan mentado-. Un consenso que nos permite señalar que existe un repudio generalizado, por parte del más amplio espectro político (salvo deshonrosas excepciones), a los crímenes del terrorismo de Estado, sus cómplices y justificadores.
¿Acordaban Mestre y Marchiaro con este consenso? Jamás dijeron lo contrario. Y todo hace presuponer que sí, que forman parte del universo mayoritario de la sociedad argentina. ¿Sabían qué opinaba Bischoff de aquel golpe? Quizás no. Por las dudas, insistimos acá. El hombre en cuestión llamó “luz del bien” a lo iniciado el 24 de marzo de 1976. Ya iremos sobre ello.
Huellas de la ciudad
En Córdoba hay un especial interés por reivindicar la gesta de 1918 y la rebelión de 1969. Reforma y Cordobazo son dos tópicos comunes a la hora de relucir el orgullo mediterráneo. Pero como bien ha señalado el filósofo Diego Tatián, nuestra ciudad ha hecho honor, con sus huellas urbanas, mucho más a los anti reformistas que a los jóvenes estudiantes. Nores, padre e hijo, por citar un ejemplo, llevan nombre de calles y el Hospital de Clínicas, donde todo nació, fue bautizado como Pedro Vella, el hombre que despertó la ira del estudiantado. ¿Por qué elegimos nombrar con nombres que no son parte de la tarea reivindicativa que hacemos de nuestro ser colectivo? Para diván.
Volvamos a nuestro hombre, Efraín Bischoff. Pocos como él han trabajado la historia de Córdoba. Y muy pocos, muy pocos, se animarían a decir que, justamente, el Cordobazo fue una pesadilla. Sí, lo dijo don Efraín: “Recién el 1 de junio, la ciudad emerge totalmente de su pesadilla”. Mientras, al segundo Cordobazo, recordado con el nombre de Vivorazo y también realizado contra una dictadura, el historiador lo recuerda con una descripción alejada de los avatares políticos y la reivindicación de los sectores populares: “Incendios de ómnibus y automóviles, comercios e instituciones bancarias, actos de vandalismo en una amplia zona de la ciudad, el centro y los barrios, robo de negocios, etc. Aquel movimiento se le dio en llamar el ‘Viborazo’”.
- Che, ¿no dijiste que Bischoff le dijo luz del bien al Golpe del '76? ¿Y, para cuándo?
- Ya va, no seas impaciente.
El particular modo de describir una gesta popular por parte de Bischoff fue, al menos, coherente con el resto de su obra. Tras 7 años de dictadura y casi 18 de proscripción del peronismo, la asunción de Héctor J. Cámpora supuso para el país, más allá de las diferencias políticas, una verdadera fiesta cívica: retornaba la democracia. Pero la preocupación del intelectual que nombra actualmente al Centro Cultura Alta Córdoba fue otra:
“En la expectativa de muchos de los que asistieron a través de la radio y la televisión, y en las informaciones periodísticas, a la toma de posesión del nuevo mandatario nacional, doctor Cámpora, dos figuras foráneas colocaron un extraño e inquietante alerta; el presidente de Chile, doctor Salvador Allende, y el presidente de Cuba, doctor Dorticós. La declarada ideología marxista de ambos pareció desentonar con la promesa formulada por los mandatarios electos, de seguir un estilo de vida cristiano…”.
En cualquiera de las ediciones de Historia de Córdoba, la editada en 1976 –en la página 675- y las que se publicaron con posterioridad, al cierre del voluminoso libro se puede leer el análisis y la descripción de Efraín Bischoff sobre el golpe de Estado que en este 2022 está cumpliendo 46 años. Sí, la luz del bien:
"Las mutaciones gubernativas; la represión del extremismo que en definitiva no era desde las autoridades todo lo contundente que se esperaba, mientras los atentados dinamiteros, los crímenes, los secuestros, deshacían todo proyecto y aliento por construir; el desorden gubernativo que avanzaba en los planos de mayor gravitación institucional, con la complicidad de muchos, el silencio de otros y la angustia de los más, terminó por justificar lo que el país, con o sin declaraciones, había reclamado: la aparición de una autoridad categórica, enérgica, que recompusiera el orden desgastado, abriera nuevos rumbos para el trabajo, detuviera la soberbia y cortara la audacia del terror.
El 24 de marzo de 1976 las fuerzas armadas asumieron el gobierno de la República. Habiase guardado con impaciencia para no quebrantar el orden institucional. Pero ningún hecho, por más detonante que se presentara, había hecho virar en redondo a los responsables del desencaje durante los últimos años. Entonces asumió el gobierno el teniente general Jorge Rafael Videla, en representación de la Junta Militar, para realizar la anhelada reorganización en todos los órdenes de la existencia nacional. Se afirmó, sobre todo, la guerra contra la subversión, cuyas conexiones internacionales eran evidentes. La dolorosa nómina de víctimas que aquella tradujo, trazó páginas que la Historia nunca hubiera tenido que verse precisada de recoger. Pero la luz del bien y de la unión triunfará sobre la equivocación y el engaño.
Nada de lo dicho aquí inhabilita la profusa obra del autor, su gran tarea investigativa y su amplia generosidad con el resto de los mortales que también trabajaron en su área. Podríamos argumentar que su gran libro sobre la historia de Córdoba, al ser escrito en 1976, contenía afirmaciones sobre las cuales el autor podría haberse arrepentido, borrar, evitar, editar, reconocer como errores cometidos en el calor de la contienda literaria. Alguna vez este cronista conversó telefónicamente con el autor en cuestión, que negó de plano que esas palabras fueran suyas. Insistente, este cronista mencionó las dos ediciones del libro que sostenía en una de sus manos e incluso el número de página de las afirmaciones temerarias, pero del otro lado de la línea, el hombre de Alta Córdoba fue menos cortés:
- Son todas mentiras –dijo, y cortó el teléfono.